Crecí en un barrio que en aquel tiempo era considerado como un barrio popular de Quito: En la Tola Baja, exactamente a una cuadra de la avenida oriental subiendo por el puente peatonal, a la izquierda en el primer pasaje... la segunda casa de la derecha...
A mi abuela paterna la llamé mamá, pues era la única madre que conocía y a mis tíos los llamaba ñaño o ñaña, expresión autentica de ecuatorianismo. Durante mi infancia, la ñaña Quelo (así le decía pues no podía pronunciar la palabra Consuelo) era soltera y aún vivía con mamá, en cambio el ñaño Pato, ya era casado y vivía un poco más arriba de la casa, casi entrando en la Tola Alta, junto al Estadio de la Liga Barrial La Tola. Para la época de mis recuerdos, el ñaño Pato y la Michita (Mercedes, su esposa y mi tía) ya tenían dos hijos, mis primos Mauricio (el mayor) y Freddy (el menor) y solían ir a casa de visita muy seguido. Recuerdo un escarabajo Wolkswagen en el cual solían ir a casa y en el cual me encantaba subirme para ir metido en la perrera que se forma entre el espaldar del asiento posterior y el inicio del motor del auto.
Para alguno de mis cumpleaños, mamá (o la ñaña, no recuerdo bien) me compraron una guitarra, de esas de palo que venden en las ferias y que tienen cuerdas metálicas que, despacio y constantemente van limando los dedos de los pequeños. Con esa guitarra me sentía Palito Ortega o Nicola Di Bari y andaba cantando de arriba abajo soñando con algún día ser cantante y grabar un disco, de esos de acetato que veía en la casa.
Para aquella época, tenía una vecina a la que solía andar molestando, su casa estaba junto a la mía, y se llamaba Norma, cuyo padre, don Fernando Suasnavas era una institución, por así decirlo, en el círculo de “chullas quiteños” de los años setenta del siglo XX. Entre las cosas que solía hacer, era cantarle con mi guitarra de palo, una canción que por la época andaba de moda en la radio, cantada por el ruiseñor de América, don Julio Jaramillo, o el tío Julio, como solíamos decirle en broma en la familia, esta canción iba mas o menos en ritmo de vals y decía algo como “Escúchame esta canción / que te la dedico a ti / como un recuerdo de amor / Norma mía”. Con apenas 3 o 4 años, andaba yo dando serenatas a las vecinas de barrio, hasta que cierto día, llegaron mis primos en su visita (creo que debe haber sido un domingo) y entre risas y juegos, fuimos sacando absolutamente todos los juguetes que yo tenía (que no eran muchos, pero que entretenían) y se suscitó una pequeña gresca entre mi primo y yo (no recuerdo si fue con el Mauricio o con el Freddy), por la posesión y consecuente derecho al uso y disfrute de la guitarra de palo (ahí salió lo abogado), para no alargar el cuento, la gresca fue de tal tamaño, que mamá, que tenía pocas pulgas, hizo de réferi de la pelea que terminó cuando a ella se le ocurrió ponerme la guitarra como poncho con mi consiguiente llanto y claro, con el deseo de no ver nunca más una guitarra en mi vida.
Para aquella época, tenía una vecina a la que solía andar molestando, su casa estaba junto a la mía, y se llamaba Norma, cuyo padre, don Fernando Suasnavas era una institución, por así decirlo, en el círculo de “chullas quiteños” de los años setenta del siglo XX. Entre las cosas que solía hacer, era cantarle con mi guitarra de palo, una canción que por la época andaba de moda en la radio, cantada por el ruiseñor de América, don Julio Jaramillo, o el tío Julio, como solíamos decirle en broma en la familia, esta canción iba mas o menos en ritmo de vals y decía algo como “Escúchame esta canción / que te la dedico a ti / como un recuerdo de amor / Norma mía”. Con apenas 3 o 4 años, andaba yo dando serenatas a las vecinas de barrio, hasta que cierto día, llegaron mis primos en su visita (creo que debe haber sido un domingo) y entre risas y juegos, fuimos sacando absolutamente todos los juguetes que yo tenía (que no eran muchos, pero que entretenían) y se suscitó una pequeña gresca entre mi primo y yo (no recuerdo si fue con el Mauricio o con el Freddy), por la posesión y consecuente derecho al uso y disfrute de la guitarra de palo (ahí salió lo abogado), para no alargar el cuento, la gresca fue de tal tamaño, que mamá, que tenía pocas pulgas, hizo de réferi de la pelea que terminó cuando a ella se le ocurrió ponerme la guitarra como poncho con mi consiguiente llanto y claro, con el deseo de no ver nunca más una guitarra en mi vida.
Fue en ese momento que el mundo se libró de mi como cantante y mamá se aseguró que no sea un bohemio de grande.