Una tradición de las familias quiteñas y creo yo que de las ecuatorianas, llega a ser el almuerzo de los domingos. Generalmente esta tradición empieza a cimentarse cuando los hijos de la familia ya están grandecitos y además los abuelos de la familia, que mantenían la tradición, ya no están.
El tener un día de vacaciones en el cual toda la familia “meta mano” en las viandas, es una experiencia inolvidable, aunque en mi caso, la única que metía mano en la comida era mi mamá, a nosotros nos tocaba arreglar la casa para las visitas.
Recuerdo cuando era niño, el ñaño Patricio solía visitar la casa, no recuerdo con qué frecuencia, pero la visitaba precisamente para el almuerzo de familia, con mi tía y mis primos, creo que la tradición se perdió, cuando él se mudó a vivir por un tiempo en Manta, a su regreso, ya nada era igual… Bueh… en todo caso, continúo con la historia.
En los almuerzos de domingo, casi estrictamente se comía lo mismo: Un caldo de pollo cocinado lentamente, con vegetales y sin condimentos raros como los cubitos o los saborizantes, sino con aquellos naturales como la sal, la pimienta recién molida al igual que el comino, con un marcado sabor de apio, que se cocinaba lentamente con el pollo. El plato fuerte se constituía del pollo, previamente cocinado en su caldo, sazonado con sal, pimienta y comino y frito en una generosa cantidad de aceite, hasta que la piel se encuentre bien crujiente, esto acompañado de papa cocinada con salsa blanca (bechamel le dicen los finos), fideos tallarín revueltos con huevo y queso, coronado todo esto con lechuga fresca cortada en finas tiras. Para complementar el almuerzo, se servía jugo de mora, hecho con moras cocinadas, coladas en cedazo y luego, licuado el jugo con un huevo crudo para espumar y azúcar para endulzar generosamente. Realmente solo de pensarlo se me hace agua la boca…
Uno de los recuerdos gratos que tengo y que de alguna manera quiero replicar en mi casa, es la preparación del aliño para las carnes que ofrecía mi mamá. Con los ingredientes en la mano, tomaba su piedra de moler y en ella colocaba cebolla blanca, cebolla paiteña o perla, sal, pimienta y comino entero, luego, a fuerza de moler con la piedra, la casa se inundaba de un olor picante y mordisqueante pero a la vez aromatizado por las especias.
Poco a poco, el almuerzo dominguero, se fue diluyendo y dio paso a otras tradiciones dentro de casa, como ir a comer fuera, salir de la ciudad y almorzar en las parroquias aledañas a Quito como Guayllabamba o El Quinche. Durante algún tiempo, mi mamá tuvo la costumbre de salir los días sábados a hacer compras en el sector de La Ipiales, durante el tiempo en que las ventas ambulantes del sector tenían tomadas las calles del Centro Histórico de Quito. Cuando hacía las compras, era infaltable su regreso, con un buen festín constituido por conejo asado y papas en salsa de maní. Esa era también una delicia difícil de igualar.
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